12 de julio de 2013

Let's dance! Let's get down to Barcelona!


Fue hace diez años la primera vez y dicen que nunca se olvida. También fue el primer avión al que subía en mi vida, la misma sensación que la montaña rusa al bajar pero aquí al despegar, sobrevolando la ciudad al llegar encima del mar que no sabes cuántos misterios puede encontrar en su interior. Un aterrizaje, coger el cercanías, el metro oscuro y el olor a humedad que sentimos los que somos del centro más que los que viven junto a la playa.

El primer punto significativo que vi fue la Sagrada Familia, que no la visitaría hasta casi diez años después, y lo primero que sentí en ese calor del mes de mayo fue un abrazo, en ese mismo instante quedaba enamorado de Barcelona. Tantas visitas que es complicado poder decir el porque me tiene prendido esta ciudad, supongo que sucede como cuando pasan los flechazos con las personas: simplemente sucede, te cautivan, te ganan y te llenan.

Barcelona es hacerte amigos de unos suecos tras ver a Gossip en un verano de hace años. Barcelona es esas novelas ambientadas en esta ciudad con un futuro prometedor. Es perderse por las Ramblas en noches que sabes como empiezan pero no como van a acabar, o perderse en el cuarto oscuro de aquella discoteca que parecía casi un pasaje del terror lleno de fumadores.
  
Barcelona acoge a sus visitantes y la mejor forma de hacerlo es mediante su gente, entremezclándose con todos ellos con el català, que en pocas visitas ya consigues entender y querer conocer más sobre él por esa sonoridad muy atractiva. La realidad es que he tenido un flechazo con la ciudad y con sus ciudadanos. Con los que están ahora y con los que fueron. Con los que hoy ya no queda nada pero hubo mucho, porque todo nació con un viaje terrorífico.


La ciudad tiene rincones populares, como puede ser el encantador Parque Güell, un paseo por las míticas Ramblas o el templo de las fiestas que es el Razzmatazz, el puerto junto a la estatua de Colón que siempre señala en la misma dirección o Montjuic con sus fuentes, miradores y un castillo en las alturas, así como el Palau San Jordi donde han sucedido conciertos tan grandes de gente como U2, Bee Gees, Mecano, Prince, Spice Girls o Kylie Minogue. Es Una Casa de Locos y esa sensación de mezcla de tanta gente, de culturas, de estilos y hasta de debate ¡Ah! y chicos adorables con gato.

Pero con la compañía adecuada descubres lugares menos conocidos como el mirador del Turó de la Rovira, que tiene las vistas más impresionantes de toda la ciudad, el bar Nevermind con su estilo skater y unos precios a primera hora incomparables acompañado por palomitas, así como la Penúltima y sus clásicos vermús previo al fiestón quizás en el Apolo, con esa ambientación entre moderna y decadente donde he vivido más de un concierto de La Casa Azul. También la planta de arriba del Moog donde pinchaba Purpur DJ todo hitazos poperos en una espacio de tamaño como un cuarto de estar.


Cada ciertos meses se celebra el mercado del Lost&Found, perfecto para encontrar discos antiguos a buen precio, ropa de moda, comida exótica y no puedo olvidarme del BAM donde he disfrutado de conciertos como el del épico Woodkid… Recorriendo el barrio de Gracia, donde sé que algún día viviré, se encuentra una deliciosa tienda japonesa, Haiku Barcelona, llena de libros, talleres, complementos y todo lo necesario para transportarnos al mundo nipón.

Barcelona es también música, es Pastora, pasear con sus melodías llenas de sentimiento por las calles, también es Delafé y las Flores Azules con su energía positiva perfecta para un atardecer mirando a la playa. Barcelona es una ciudad con muy buenas amistades -y familias acogedoras-, y ante todo y por encima sobre todo, mucho amor.

Como cantaba La Casa Azul “Vull saber-ho tot de tu, ser part de la teva vida, vull. Memoritzar els teus records, investigar el què vas viure”. Diez años de viajes y aún deseo volver con la misma ilusión a Barcelona a veros. T’estimo.


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