Cuando le conoció nunca llegó a saber lo que esa persona significaría para él. Una noche por las calles de la ciudad le encontró, sentado en una acera, fumando y mirando a la lejanía. Borja se hacía llamar. Un chico de 20 años con pinta de travieso, y de meterse en problemas cada dos por tres. Pero para Manu, justo diez años más que él, sería uno de sus mayores problemas.
Manu le hizo a sus amigos un discurso de esos de "Yo es que no quiero novio, estoy muy bien soltero, no quiero depender de nadie, ni tener que estar pendiente de una persona todo el día". Quizás el día que conoció a Borja no fue el día en que se dio cuenta de aquello, porque los dos habían bebido bastante. Lo único que sucedió fue un torpe polvo, divertido, entre risas, tras el que Borja huyó de la cama nada más terminar, aunque dejándole el teléfono en la mesilla por si quería pasar algún buen rato como ese.
A los pocos días se volvieron a ver. Borja era cautivador, tenía algo que engatusaba de él, aunque nadie sabía que es lo que era realmente. No había tenido una vida fácil, pero había sabido sobrevivir a todos los problemas que había sufrido. Manu escuchaba interesado la conversación, no sabía si le gustaba más escucharle, o si tenía las mismas ganas de meterle entre sus sábanas que la primera vez.
Y sí, volvieron a la cama. Retozaron, follaron, cerdearon todo lo posible, y más. Al acabar se ducharon juntos. Manu trataba con tanto cariño a este chico con cara de pillo que, de vez en cuando, como en ese momento sacaba una parte tierna que conseguía tenerle completamente enamorado. Así pasó que deseaba que aquella noche se quedará con él... y lo hizo.
Al día siguiente las cosas cambiaron. Ya no era ese chico majo, simpático, travieso pero encantador. La actitud de Borja se volvió mucho más borde, parecía que rehusaba a dejarse querer más allá que una noche. Tal fue la conversación que acabó dando un portazo. Manu, por mucho que le escribía, no recibía respuesta, no conseguía localizarlo... Una semana después sería el veinteañero el que se puso en contacto con él para preguntarle que tal estaba, y volvieron a quedar.
"No soy bueno para nadie", le dijo Borja a Manu. Esas palabras le derritieron completamente. Hubo más polvos, sexo ocasional, pero las mañanas acababan igual. Manu sólo podía hablar con sus amigos y decirles "Yo quería cuidarlo, quería protegerlo" mientras en la radio de la terraza donde estaba sonaba "Pon la música tan fuerte que no pueda pensar, Que nada quedará como estaba, Como si no hubiera un mañana que nos fuera a atrapar. Hoy es el principio del final"
Hay personas demasiado torturadas para dejarse querer, porque son incapaces de quererse a sí mismas.
Hay personas demasiado torturadas para dejarse querer, porque son incapaces de quererse a sí mismas.
Realmente cierto, aunque la vida nos enseñe la cara amarga, hay que desearse y quererse uno mismo, para amar libremente y sinceramente a otro, bonio articulo, gracias :)
ResponderEliminarBuena historia, muy identificado con ella!
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