5 de julio de 2014

Dedícame mi canción de despedida


Había pasado el momento que, antes o después, sabías que llegaría. Estar harto de todo y decir a los cuatro vientos la gran mentira hecha frase: "Estoy bien". Encerrarte en un baño y ponerte a gritar como un descosido en cada descanso. Coger el coche y regresar a toda velocidad a casa sin si quiera tener miedo a aparecer estrellado en la mediana de una carretera.

Aquel viernes al llegar a casa tras el trabajo decidí hacerme una escapada solitaria. Cogí y busqué en Google "La playa más solitaria de España". Una vez localizada cogí una mochila que llené con cuatro cosas y salí de allí. El móvil no paraba de sonar. La pantalla indicaba que era mi novio, o eso que había decidido llamarlo así, porque nunca había tenido claro que era lo que éramos... o fuimos.


Vuelta al coche. Puse el móvil en modo avión, y lo enchufé para poder escuchar música durante el recorrido. De nuevo la velocidad fue mi gran aliada. Como si fuera un gran aliciente el ir más y más rápido. Sólo quería pisar el acelerador y ver los kilómetros de la carretera pasar a toda velocidad hasta llegar a mi destino.

Tras varias horas, al fondo, podía ver el mar. Por fin. No tenía hotel, ni hostal, ni lugar donde dormir, así que decidí irme directamente a la playa. Era verdad no había apenas personas, tan sólo un par de ellas estaban por allí. Ni siquiera ellas parecían darse cuenta que había llegado, es probable que estuvieran igual de perdidas que yo.

Me quité los deportivos, entró la arena y disfruté del cosquilleo que me daba. Conseguí una buena posición para ver todo el mar, en su mayor amplitud. Una vez sentado allí, ya me pude echar a llorar. Había aguantado demasiado, y ya no podía más ¿Y si no era capaz de encontrar mi lugar? ¿Y si este mundo no estaba hecho para mí?

Me desnudé completamente. Me puse de pie. Dejé que el aire recorriera mi cuerpo, entrelazándose conmigo y salí corriendo al agua. Como si quisiera romper las partículas de agua. Nadé, más, más, y más, hasta llegar a punto lejano. Demasiado lejano... y demasiado cansado. Sentí como las piernas se me quedaban sin fuerzas, y que no podía hacer nada por remediarlo.

Lentamente empecé a hundirme, los pies parecía que llevaran un peso y éste me quisiera llevar al fondo. Decidí dejarme ir. Sólo mi mano alzada, como pidiendo una última esperanza. Nada. Mi camino hacía el fondo era inminente... eché una mirada al cielo, parecía que, aunque fuera de día, estuviera lleno de estrellas.

Dejé de mirar al cielo, para mirar a la oscuridad del fondo. El reflejo del sol desaparecía y, yo, cada vez más rápido iba bajando. Sin poder respirar, con la sensación de que allí iba a acabar todo, pensé que si alguien me dedicaría una canción de despedida... entonces unas especies de luces se iluminaron a más pies.

Quizás me había empeñado demasiado en creer que la luz del sol era mi salvadora, y realmente la que me iba a salvar se encontraba en el lugar más insospechado.

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