1 de julio de 2014

Yo quiero bucear, mirar y ver azul el mar


Cada verano era lo mismo. El camping con la familia. Las mismas personas, los mismos lugares, las mismas escapadas a una playa cercana. Desde hacía unos pocos años lo que antes era divertido, había dejado de serlo. Con 15 años estaba necesitado de nuevas aventuras, nuevos retos, no pasar el verano en un lugar como éste. Otro año encarcelado, sin ninguna motivación para divertirme.

Pero entonces apareció aquel chico. Una novedad. Nunca había estado por aquí. También venía con sus padres, aunque él parecía estar más motivado con todo. Tenía un par de años más que yo, aunque aún así parecía todavía más mayor. Quizás que fuera un chico peludo y con cuerpo musculado le daba ese aspecto. Tenía una curiosidad hacía él, pero no sabía realmente que era ¿Por qué me causaba tanto interés?

Se pasaba el día sonriendo, y me hacía sonreír. A los pocos días empezamos a hablar. Ya sabes, lo típico. Unas miradas de complicidad al salir de la caravana. Unas palabras sobre que tal el verano. Pero enseguida entablamos amistad. Me apetecía estar con él. Aunque sólo me sacara dos años parecía que sabía mucho más de la vida que yo. Por las noches nos íbamos a tumbar junto a la piscina a ver como las estrellas iluminaban el cielo en el silencio del lugar, algo imposible durante el día, sólo nos acompañaban algunos grillos alterados por el calor.

De la forma más inocente comenzaron los roces. Los primeros muy disimulados, nerviosos, ¿Qué es lo que estaba pasando? Me gustaba todo lo que sucedía, aunque no lo hubiera sentido hasta este momento. Después de los roces vinieron abrazos, manos apretadas bien fuertes que parecían decir "No quiero que me sueltes nunca".

Una de esas noches, abrazados, y agarrados por todos lados, sucedió. Me besó. No fuí yo, fue él. Me había vuelta un niño pequeño asustadizo y con miedo ante lo que podía pasar. Esa barba que tenía me hacía cosquillas, y a la vez me irritaba, pero se sentía tan bien. Su lengua jugaba con la mía. Mis manos hacían que le quisiera abrazar más, y dejarlo completamente desnudo junto a mi cuerpo, sentirle bien cerca de mí.

El verano había cambiado completamente. Toda la tristeza y el aburrimiento habían dado paso a la felicidad y un cielo azul que, aunque había estado ahí delante, no lo había visto hasta el momento. Por el día éramos buenos amigos, pero al caer la noche nos dejábamos llevar. De los besos, del juego desnudo, pasamos al sexo. Un sexo nuevo, completamente desconocido para mí. Él me iba guiando por su camino. Él jugaba conmigo, me enseñó nuevas formas de obtener placer. Me miraba con tanto cariño...

Las excursiones a la playa eran sólo nuestras. Nos pasábamos buena parte buceando en el mar, explorando otros territorios escondidos. Pero a la vez estábamos inmersos el uno en el otro. A su lado me sentía fuerte, poderoso, nada podía pasarme. Me sentía protegido, querido y animado a conseguir todo lo que me propusiera.

Pero el verano es corto. Al finalizar, la última noche, me contó que tendría que irse con sus padres a vivir a Argentina, pero que nunca me olvidaría. No mintió, han pasado veinte años y cada año, por verano, recibo una carta suya contándome como son las playas en las que se sumerge, y me recuerda.

Tanto buceamos que acabamos, irremediablemente, escondidos en las cuevas del recuerdo el uno del otro.


Este relato está inspirado en el tema Bucearte de Salvador Tóxico. Es la nueva canción del proyecto de Javier Castellanos en solitario. Un precioso tema que me evoca una nostalgia de tiempos que, quizás, nunca llegaron a pasar. 

En este tema no se encuentra solo, cuenta con la colaboración de Nitoniko: una de las voces más peculiares del panorama pop nacional. Además la portada ha sido realizada por Javier Rico (Mutador).

Bucearte podéis descargarlo, por la patilla, en su Bandcamp.

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