Ese placer de viajar. El disfrute de poder moverse a lugares, conocidos, nuevos, descubrirlos con otras personas. Hay que viajar aunque sea al pueblo de al lado, y si puede ser en tren, mucho mejor. Los trenes tienen ese "yo qué sé" que nunca tendrán un avión o un autobús.
Quizás seré yo mismo que veo un romanticismo absoluto en eso de subirse al tren, arrancar, el ruido, las vistas. La comodidad de poder recorrer los pasillos, los encuentros, desencuentros, las sorpresas.
Pero al final los viajes, a veces, no son en trenes, son viajes mentales. Recorridos imaginativos por lugares conocidos y lugares por conocer. Juntar lo que ya pasó, con lo que podría pasar y con lo que tu cabeza decide que pasará.
Así que yo estos días estoy viajando de nuevo. Un viaje sin un destino claro, quizás si quiera destino, o con ganas de quedarme en una parada intermedia, o a lo mejor de lanzarme en marcha del tren. En algún momento puede que me cambie de tren, o incluso me canse de tanto romanticismo en el tren y acabe en un avión a toda velocidad en la otra punta del mundo.